Alan Campbell era un taxista británico de 52 años que conocía perfectamente las calles de la ciudad de Glasgow, en el sudoeste de Escocia, donde había trabajado durante más de 30 años. Sin embargo, cuando empezó a olvidarse los nombres de las arterias, no se preocupó demasiado porque su memoria siempre fue impecable, y creyó que se trataba de un malestar pasajero o cansancio.
Pero cuando su personalidad comenzó a cambiar y a notar que se ponía ansioso cuando siempre había sido una persona tranquila, aparte de sufrir migrañas a repetición, toda una incómoda novedad para él, su médico pensó que se debía a un excesivo consumo de cafeína, por lo que le sugirió tomar menos café.
Fue recién en un chequeo de rutina en lo de su oftalmólogo que el taxista se enteró que tenía una enfermedad terminal: “La esposa de mi padre pensó que tal vez necesitaba lentes nuevos o algo así, pero fue entonces cuando el médico detectó una mancha oscura detrás de su ojo”, contó su hijo Niamh en diálogo con el medio “GlasgowLive”.
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Un diagnóstico errado
Al principio, los médicos creyeron que se trataba de un derrame cerebral, pero luego comprobaron que se trataba de un diagnóstico errado y que lo que padecía Alan era mucho más grave.
En la unidad de emergencias del hospital de su barrio, le detectaron muy rápido que tenía cáncer de grado 4, una muestra de lo avanzado que estaba el tumor. El taxista tenía un glioblastoma, que consiste en un tumor maligno cerebral muy agresivo que se expande muy rápido y, en el caso de Alan, el taxista perdió la vida a los dos meses de detectado.
