Vincent Tolman es un estadounidense de 48 años que, cuando tenía 25, se dedicaba al fisicoculturismo y que estuvo clínicamente muerto durante 45 minutos tras ingerir un suplemento dietario de origen tailandés. Pero que tuvo la fortuna de revivir y poder contar lo que vio. Y, como era de esperarse, esa experiencia límite le cambió la vida para siempre y lo convirtió en una celebridad que escribe libros, da conferencias y es un influencer digital.
Fue el 18 de enero de 2002 cuando ingirió el producto que lo llevaría a la muerte. En el baño de un restaurante del Estado de Utah, donde vive, intentó vomitar lo que había ingerido, pero al aspirar su vómito se asfixió y su corazón se detuvo.
Cuando recuperó el conocimiento, habían pasado tres cuartos de hora, lapso durante el cual Tolman contó que pudo ver su propio cuerpo desde el techo, como si asistiera a la proyección de una película, con los médicos de emergencias tratando de reanimarlo.
En su libro “The Light After Death” (La luz después de la muerte), el hombre cuenta que notó cómo su piel se ponía de color morado y cadavérico. Y, a pesar de los intentos, los paramédicos habían confirmado su muerte, por lo que introdujeron su cuerpo en una bolsa amarilla y lo transportaron en la ambulancia.
Durante el traslado, Tolman siguió viendo toda la escena desde las alturas. “Sentía como si el mundo a su alrededor no tuviera techo, como si todo se expandiera sin barreras”, escribió en su libro, que se convirtió en un best seller, donde también relató que siempre se sintió tranquilo, sin dolor ni miedo, con una desconexión completa de su cuerpo.
Sin embargo, en la ambulancia ocurrió el milagro, cuando uno de los médicos detectó un leve pulso y se decidió a darle una nueva carga con el desfibrilador, que le devolvió la vida, aunque en estado de coma.

El ángel de la guarda que guió al hombre durante su paso por la muerte
Durante ese tiempo en coma, Tolman contó que viajó a lo que él llamó “el otro lado”, donde fue recibido por un hombre vestido de blanco que no hablaba, pero que se comunicaba con él a través de la mente, a quien llamó Drake y que se ocupó de revisar con él todas las malas acciones y decisiones que había tenido a lo largo de su vida. Y que, si bien fue abrumador, el proceso también lo hizo sentirse liberado y a un estado de paz que jamás había sentido.
Además, Drake le explicó que la vida en la Tierra es “una escuela”: “Estamos aquí para aprender, no para ser juzgados”, le indicó, una figura que se parecería a un ángel de la guarda, para los cristianos.
Finalmente, Vincent decidió volver a la vida tras tres días en coma, porque sintió, según sus propias palabras, que su familia lo necesitaba. “La vida no es una prueba ni un castigo, es un espacio para crecer, para aprender a amar y para conectar con los demás”, concluyó y focalizó toda su vida en ese sentido, en un espacio donde perdió completamente el miedo a morir.