Los ocho rugbiers condenados por el crimen de Fernando Báez Sosa tienen una estrategia para mantenerse alejados en la cárcel de otros prisioneros peligrosos.
Máximo Thomsen, Enzo Comelli, Matías Benicelli y Luciano y Ciro Pertossi recibieron la pena de prisión perpetua por el delito de "homicidio agravado por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas".
En cambio, Blas Cinalli, Ayrton Viollaz y Lucas Pertossi fueron condenados a quince años en la cárcel al ser considerados partícipes necesarios del crimen.
Los ocho condenados volvieron a la Alcaldía de Melchor Romero, donde estuvieron detenidos desde que les dictaron la prisión preventiva en 2020 hasta el comienzo del juicio, cuando fueron alojados por un mes en la cárcel de Dolores.
Los rugbiers seguirán compartiendo una única celda en Melchor Romero hasta que el juez de ejecución penal de la provincia de Buenos Aires que sea designado en la causa decida su futuro. La voluntad de los padres de los jóvenes es que sean trasladados a alguna de las tres unidades de Campana, más cerca de los domicilios de las familias de los condenados.
LA ESTRATEGIA DE LOS RUGBIERS PARA NO CRUZARSE CON PRESOS PELIGROSOS EN LA CÁRCEL
Los jóvenes contaban con solo dos horas al día para salir de sus celdas al patio de la alcaldía, sin mezclarse con el resto de los reclusos en pos de “conservar su integridad física”. Los chicos además asistían a un taller de huerta y tenían acceso limitado a una televisión y a un celular que compartían entre todos y motivó algunos roces entre ellos.
Ciro, Luciano y Lucas Pertossi, Máximo Thomsen, Matías Benicelli, Enzo Comelli, Ayrton Viollaz y Blas Cinalli se habrían reencontrado con sus Biblias y podrán recibir otra vez al pastor evangélico que los acompañó durante los tres años de detención en la alcaldía platense, además de contar con contención psicológica.
El acercamiento a la fe de los condenados se manifestó durante el juicio, por ejemplo, cuando Ayrton Viollaz rezaba y se persignaba durante las audiencias. Luciano Pertossi también dijo durante su declaración final tras el alegato de su abogado que “le pido a Dios que sea algo bueno para todos”.
Los condenados buscarían, a través de la fe, conseguir el alojamiento en un pabellón cristiano de la cárcel y tener cierta tranquilidad en el ambiente carcelario al mantener la distancia con los reclusos más peligrosos.
Los vecinos de Zárate sostienen que los chicos “nunca fueron a la Iglesia, ni recurrían periódicamente a misa” mientras estaban en libertad, pero trascendió que los ocho recibieron los sacramentos del bautismo, comunión y confirmación de la fe católica.
