El milagro eucarístico ocurrido en la parroquia de Santa María, en el barrio de Caballito, sigue sorprendiendo a miles de personas en un hecho que la ciencia aún no puede explicar y que, más de treinta años después, sigue conmoviendo a creyentes y escépticos por igual.
El noticiero de Telenoche dedicó un segmento especial a los llamados milagros de fe. Dominique Metzger fue la encargada de presentar el bloque, seguida por Nelson Castro, quien destacó el carácter impactante de estos hechos. Luego, fue el periodista Gustavo Tubio quien introdujo el informe sobre el milagro eucarístico que tuvo lugar en plena ciudad de Buenos Aires, cuando entrelos años 1992 y 1996, se produjeron al menos tres manifestaciones que desafían toda lógica médica y científica: hostias que sangraron y, en un caso concreto, se transformaron en tejido cardíaco humano.
El signo de Caballito: una hostia que se convierte en carne
Todo comenzó en 1992, cuando, durante la distribución de la comunión, dos fragmentos de hostia consagrada quedaron en un corporal. En lugar de consumirlos, como indica el protocolo, fueron colocados en agua para su disolución. Ocho días más tarde, cuando el recipiente fue revisado, lo que debía haberse desintegrado mostraba un líquido rojo. “No dudé: era sangre”, dijo Gabriel Solá, narrador del milagro.
La muestra fue enviada, bajo anonimato, a laboratorios del exterior. Uno de ellos, sin saber su procedencia, determinó que no solo se trataba de sangre humana, sino que había tejido cardíaco: específicamente, del ventrículo izquierdo de un corazón humano. Más aún: el tejido correspondía a un hombre de unos 30 años, que había sufrido un infarto agudo y cuyos glóbulos blancos, increíblemente, estaban aún vivos.
Frederick Zugibe, médico forense de la ciudad de Nueva York y especialista en anatomía patológica, fue uno de los encargados de estudiar las muestras. Al recibirlas como prueba ciega, sin contexto ni origen, su análisis fue contundente: el tejido presentaba signos de haber sido arrancado de un corazón vivo, en medio de un proceso inflamatorio agudo. Es decir, no era un tejido muerto ni en descomposición.
Este dato es clave: las células inmunológicas como los glóbulos blancos mueren poco después de que la sangre abandona el cuerpo. En este caso, se hallaron vivas, años después, lo cual para la medicina es, sencillamente, imposible.
En los años ’90, el entonces obispo Jorge Bergoglio no quiso que el hecho tomara estado público. “No quiero que estemos en la tapa de los diarios”, dijo a los miembros de la comunidad. Pero sí alentó a que se compartiera con quienes desearan conocerlo. “Jesús pasó y dejó su huella”, fue la frase con la que autorizó a hablar del “signo”.
Desde entonces, el fenómeno se convirtió en un lugar de peregrinación silenciosa. En la parroquia Santa María, ubicada en la intersección de Avenida La Plata y Rosario, se construyó una pequeña capilla al costado del altar mayor, donde se conserva el relicario. En determinados momentos del día, se abre para que los fieles puedan ver el signo.
