Tener pesadillas durante la noche es más común de lo que uno cree. Por supuesto, hay personas que son más propensas a tener sueños tenebrosos que otras, pero de acuerdo con un estudio científico, la aparición de los miedos nocturnos no surge de manera aleatoria, ya que estos cumplen con una función protectora.
Lo habitual, en caso de tener una pesadilla, consiste en que el organismo acelera su frecuencia respiratoria y el pulso, los ojos tienen movimientos rápidos en su fase de sueño REM, la actividad cerebral es intensa y el cuerpo suda más de lo normal.
De acuerdo con un estudio realizado por el Centro de Trastornos del Sueño de la Universidad de California en San Francisco, el 85 por ciento de los adultos tiene, por lo menos, una pesadilla por año. Y una vez por semana entre el 4 y el 10 por ciento de la población.
Las temáticas de los sueños tenebrosos se repiten: miedo a tener un accidente o a morir, persecuciones, agresiones físicas y situaciones de riesgo son soñados por el 70 por ciento de las personas. Otros temas que se abordan durante los sueños tenebrosos tienen que ver con problemas personales, laborales o una presencia maligna como un monstruo o un fantasma, animales o insectos y desastres naturales.

Por qué tenemos pesadillas
Los expertos explican que no son casuales las pesadillas nocturnas, y mucho menos alguien está exento de tenerlas. Es que estos sueños que angustian son respuestas del cerebro ante el estrés cotidiano y los problemas no resueltos durante el día.
Justamente, se trata de una función terapéutica, ya que el cerebro presenta una respuesta a un trauma no resuelto, por lo que siempre conviene reflexionar cuál es esa situación que nos angustia para poder superarla.
Pero también se sostiene desde la ciencia que las pesadillas pueden cumplir una función adaptativa de los seres humanos, como si se tratara de un entrenamiento virtual que realiza el cerebro ante posibles peligros que puedan aparecer en el futuro.
Sin embargo, cuando un mismo sueño se vuelve recurrente, conviene consultar con un psicólogo o psiquiatra, ya que puede convertirse en una patología y ser una señal de que quien lo padece es más susceptible a sufrir trastornos del estado de ánimo como depresión, bipolaridad o esquizofrenia.
